Con Daniel Grao y Carlos Serrano.

Manchester 1952. Tras haber sufrido un robo, el profesor Turing presenta una denuncia en comisaría, hecho que no escapa a los servicios secretos. Alan Turing era un héroe de guerra en la lucha contra los nazis, ya que descifró el código nazi “Enigma”, que los alemanes utilizaban durante la guerra para cifrar sus mensajes. Si bien el logro le supuso los vítores de la época, su estatus cambió progresivamente por el de réprobo. Era homosexual, y según la ley inglesa de la época fue condenado…..

Se han escrito libros y se ha hecho una película en la que se rinde homenaje a este genio de la ciencia humillado por sus coetáneos. En esta ocasión el actor Daniel Grao se pone a las órdenes del argentino Claudio Tolcachir para demostrar que el matemático Alan Turing ya no es un completo desconocido, permitiendo que  recupere su imagen de gran hombre.

Lo que Benoit Solès, a través de esta obra “La máquina de Turing”, busca y encuentra en la neblina de la Historia, es la soledad del inventor. Este genio, de temperamento delicado y un tanto infantil, vive aislado del mundo. Ama a un camarero que no le quiere. Adora los dibujos animados de Walt Disney y específicamente a Blancanieves. Se le investiga, y el benefactor se convierte en sospechoso. En este punto de soledad coinciden eruditos, escritores y artistas; son incomprendidos y su nobleza está precisamente en su soledad. No se quejan, se quedan solos mientras se cumple su destino. Esto es lo que Benoit Solès pone en escena, iluminando esa tristeza con una amistad bella e imprevista, pero insuficiente. Así se une Turing, en el imaginario del teatro, a los Galileos, Giordano Bruno y Oppenheimer, vilipendiados mientras vivían y ejemplares tras su muerte. Ejemplares, pero sobre todo, como el Turing visto por Solès, absolutamente cercanos y fraternales.